Cristina Revetria
Cristina Revetria tiene 61 años de edad; nació en la ciudad de Montevideo en el barrio Tres Ombúes y actualmente vive en el predio de herencia familiar ubicado en Canelón Chico, departamento de Canelones.
Su niñez y el comienzo de su vida adulta
Cuando Cristina nació, su madre era cocinera en un restaurante y su padre trabajador de la construcción en Montevideo. Vivió con ellos hasta sus dos años, “mis padres cumplían horarios en sus trabajos y no podían cuidarme, tuvieron que llevarme a la casa de mis abuelos maternos en Cardona, Soriano, para que me cuidaran; seguí creciendo en el hermoso hogar de mis abuelos, junto a mi hermano mayor y mis tíos —que eran varios—, recibiendo el más hermoso de los sentimientos: amor”.
Fue allí donde comenzó su vínculo con lo rural: “la vida era linda, libre, andábamos a caballo, pescábamos, juntábamos huevos en los pajonales, ayudábamos a carnear ovejas para hacer la carne para consumo, picábamos la leña para la cocina”, recuerda Cristina.
A los seis años de edad, volvió a vivir con sus padres para comenzar la escuela primaria en Montevideo. Un año después, dejaron su casa y se fueron a trabajar como asalariados a Canelones, en la zona de Canelón Chico, “ahí comenzó otra etapa de mi niñez, continué
Encuentro Nacional de Mujeres del Sistema de Fomento Rural.
cursando primaria con muchas necesidades y sacrificios; iba cruzando campo: eran chircas, pajonales, que de tanto pasar se había formado un trillo. Salía de casa con calzado viejito para no ensuciar el que llevaba a la escuela, por allá en un momento salía a un camino de balastro donde me cambiaba y me encontraba con otros compañeros y compañeras”.
Cuando tenía once años de edad, sus padres vendieron la casa en Montevideo y compraron un quinta de casi seis hectáreas. “Con once años me sacaron de la escuela para trabajar en el campo junto con ellos: cortar maíz, hacer las parvas, plantar porotos, carpir, ayudar a las trillas con máquinas que se instalaban en el predio y luego a echar con una horquilla, podaba y carpía la viña, había bueyes para trabajar, era la herramienta de tracción a sangre que teníamos”, agrega.
Fueron pasando los años y llegó la adolescencia y la juventud; comenzó a ir a los bailes. Cristina cuenta que “nos llevaba una vecina con su hija, mi gran amiga de la vida, nunca salí sola con amigas”.
En el año 1979 se casó y continuó viviendo y trabajando en el medio rural como asalariada rural junto con su esposo, pero en otro predio. Dos años después nació su primer hijo, Diego. Al tiempo, su esposo se enfermó y luego de cuatro años, cuando él logró recuperarse, Cristina decidió separarse y volvió con su hijo a la casa de sus padres. Comenzó a trabajar en una granja avícola “para recoger huevos, estuve cinco años sin faltar un día”.
En 1989 volvió a enamorarse, nació su segundo hijo, Edgardo y se separó en 1997, continuando el trabajo en el predio de su familia. Por esos tiempos, falleció su mamá y ella se hizo cargo de su hermana menor y acompañó a su padre.
Su vida como productora rural
En el año 1998, estando Cristina a cargo del emprendimiento de su familia de origen, “por intermedio del grupo comenzamos a trabajar con el Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca (MGAP); ahí surgió la oportunidad de sacar un crédito para la construcción de invernáculos, y bueno, había que 'hincarle el diente'”.
Realizó los trámites frente al BROU y logró la construcción de un invernáculo, donde los cultivos principales eran apio y tomate, alternando con albahaca, nabo y rúcula. A campo plantaba cebolla, boniato y repollo, principalmente; “la venta siempre fue a comisionista hacia Mercado Modelo a oferta y demanda, nunca sabíamos —igual que en la actualidad— el valor de nuestra producción, hasta que el comisionista traía la liquidación”. En el 2000 una tormenta le destruyó el invernáculo, pero obtuvo un nuevo crédito y construyó, con la ayuda de su hijo mayor, tres invernáculos más chicos.
Ese mismo año, MEVIR llegó a la zona y le construyó una vivienda: “mi casita, por Dios, no sabía para donde agarrar, totalmente desnorteada, hicimos casa y galpón; fue muy duro salir de las deudas, siempre como una guerrera, al firme y dando la cara frente a las circunstancias. Por el año 2005, el ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, José Mujica, decidió hacer una compra de bonos y nos benefició a muchos pequeños productores con una quita de la deuda y eso fue un respiro, a nosotros se nos achicó la deuda”.
En el 2008 su padre repartió el predio en partes iguales para sus dos hijas y su hijo, correspondiéndole casi dos hectáreas a Cristina. Trabajó la tierra directamente hasta el año 2012, cuando sus problemas de salud se lo impidieron: “empecé a tratarme por muy fuertes dolores en columna y piernas”. Así, obtuvo una prestación por su estado de salud, luego una prejubilación y finalmente una Junta Médica decidió su jubilación, “me lo dicen los médicos, por todo lo antes hecho”.
Posteriormente, Cristina dividió su predio en dos partes iguales: una para ella y una para su hijo Diego; su parte, a futuro, le quedará a su hijo Edgardo. Hoy en día, en el predio de seis hectáreas que compraron sus padres, hay tres intervenciones de MEVIR: en una de ellas vive Cristina, en la otra su hijo Diego y en la tercera Yaquelin, la hermana de Cristina.
Diego, su hijo mayor, continuó con la producción hortícola y aún conserva los invernáculos que construyó con Cristina, en los que produce albahaca, nabo, rúcula y apio de hoja; a campo produce puerro y repollo colorado y continúa comercializando a través de comisionistas.
En 2015, Cristina retomó los estudios y terminó 5° y 6° de educación primaria en Escuela Nocturna de Las Piedras; en 2016 cursó el Programa Rumbo en UTU de Sauce, obteniendo así el Ciclo Básico nocturno. Realizó además un curso a través de INEFOP de podología y manicura, lo que le sirve para prestar un servicio en la comunidad.
Su fuerza motivó a que su hermana, con 45 años de edad, realizara un curso de tisanera, que culminó en setiembre del 2021 y hoy se encuentra trabajando en el Sanatorio Americano “y lo más importante es que está sumamente feliz de haber estudiado”.
Cristina y sus compañeros reciben diplomas del Programa Rumbo de UTU.
Sus inicios en el trabajo colectivo
En el año 1995, junto a otras mujeres rurales, Cristina conformó el grupo MUCACHI (Mujeres de Canelón Chico) que cuenta “fue todo un desafío frente a la sociedad, fui muy cuestionada, incluso por mi pareja con quien en esos tiempos aún vivíamos juntos; él me decía: ‘¿qué tenés que andar oliendo, qué te va dar eso?’. Pero yo seguí al firme con la iniciativa y seguimos unidas todas las integrantes del grupo, logrando consolidar nuestro grupo MUCACHI”.
Actualmente, el grupo tiene 27 años y lo integran 28 mujeres: 16 fundadoras y 12 que se han ido integrando por su vínculo con la Sociedad de Fomento Rural de Canelón Chico. “Somos mujeres empoderadas, hemos crecido juntas, nos reuníamos a matear y contarnos nuestras penas, alegrías y todo lo que se puedan imaginar y logramos ser una gran familia. Fue siempre mi gran sostén, con ganas de una mujer rural, empoderada de mi vida como tal; así continué integrándome en todo lo que había: talleres, charlas, seminarios; muchas veces le decía a mi gran amiga y promotora de todo esto, Graciela: ‘¿qué voy hacer en ese taller?’ y ella me decía: ‘¡tenés que ir!’. Así aprendí, crecí, me posicioné para los desafíos de la vida, que fueron muchos”.
Participación en Asamblea General Ordinaria de CNFR.
Las principales acciones del grupo fueron sociales, trabajaron mucho en prevención de salud de la comunidad, con el apoyo del equipo de salud de la Intendencia de Canelones, “no teníamos local y nuestra principal referencia era la Escuela 14 de la zona”, señala Cristina.
Su vínculo con el Sistema de Fomento Rural
En el año 2000, el grupo MUCACHI tomó la iniciativa de formar un grupo de productores, varios de cuyos integrantes eran los esposos de las MUCACHI. “El trabajo se hizo durante un año con el apoyo del Instituto Plan Agropecuario; el lugar de encuentro semanal era la Escuela 14. Logramos consolidar el grupo VECUNIS (Vecinos Unidos de Canelón Chico). Por el 2001, nuestros hijos e hijas deciden también formar un grupo de jóvenes que se denominó JUCACHI (Jóvenes Unidos de Canelón Chico)”.
En ese año también recibieron una pequeña donación de la Embajada de Canadá para hacer las paredes y techo de zinc de una sede para el grupo MUCACHI, que se comenzó a construir en un espacio cedido de hecho por Cristina. En 2005 recibieron otra donación para ampliar el espacio de la sede.
En ese entonces, comenzaron a visualizar la necesidad de una personería jurídica que uniera todos los colectivos que habían formado. Es así que inician un proceso para crear una Sociedad de Fomento Rural (SFR) y el 18 de agosto de 2007 obtienen la personería jurídica de la Sociedad de Fomento Rural de Canelón Chico, con un padrón social de 160 socios activos y cuya función es trabajar para sus socios y socias y las familias, acercando políticas públicas a la comunidad.
Cuando se creó la SFR, el edificio de los grupos pasó a gestionarse a través de la organización; “yo hice un comodato con la institución, que se renueva automáticamente, la Sociedad Fomento Rural de Canelón Chico está constituida en mi padrón; y aunque se han hecho trámites para deslindar esos metros cuadrados del actual padrón, no hemos tenido éxito”.
En el año 2016 Cristina, en representación de la SFR de Canelón Chico, integró la lista aprobada en el acto eleccionario de la Asamblea General Ordinaria de la Comisión Nacional de Fomento Rural (CNFR), formando parte de su Consejo Directivo. “Ya voy por el tercer período renovado e integrando la Mesa Ejecutiva, en una oportunidad como vicepresidente, en otra como secretaria general, rol para el que fui reelecta en la sesión de Consejo Directivo de mayo de 2022”.
Considera que “es un orgullo ser parte de la Mesa Ejecutiva, ser la secretaria general de la CNFR, ser dirigente de primera línea, es un gran compromiso y un permanente aprendizaje, pero también destaco que es un gran equipo de trabajo y el compañerismo. Hay que aprovechar los espacios de formación que allí se nos brindan y salir con muchas herramientas para seguir trabajando en territorio con nuestras bases de primer grado”.
Además, integra la Comisión de Mujeres Referentes del Sistema de Fomento Rural, es delegada en otros ámbitos, como el Espacio de Diálogo de Mujeres Rurales y ha participado del Consejo Nacional de Género, entre otros.
Inauguración de la sede del grupo MUCACHI.
“Capacitarse, formarse, integrarse siempre a sus organizaciones, grupos, estar seguras de que todo depende de nosotras mismas. Las oportunidades están permanentemente pasando ante nosotras, tómenlas, no las dejen pasar.
Los jóvenes también, aprovechen las oportunidades; si hay juventud, hay neuronas frescas, así que, a estudiar, capacitarse, formarse e incidir a nivel nacional e internacional”.