Natalia Sosa
Natalia Sosa tiene 39 años de edad, vive en el paraje Santa Rosa, en la Colonia Luis Batlle Berres del Instituto Nacional de Colonización (INC), ubicada a unos 15 kilómetros de la localidad de Conchillas, en el departamento de Colonia; vive allí con su esposo José Luis ‘Joselo’, su hijo Federico, de 16 años y su hija Belén, de 8 años.
Su infancia y adolescencia
Nació en Montevideo y vivió allí hasta los 15-16 años. “Mi vínculo con el mundo rural lo comencé casi que desde que nací; mis padres y toda mi familia son de Dolores, departamento de Soriano, y por supuesto que todas las vacaciones, días libres, fines de semana y feriados íbamos allá —de hecho, yo siempre me consideré doloreña, no montevideana—”.
Ya cuando comenzó cuarto año de bachillerato fue a vivir con su mamá a Dolores, donde cursó hasta sexto año; “esos fueron años hermosos de mi vida”, recuerda. “Luego, como la gran mayoría de los estudiantes del interior, si quería estudiar algo más, me tenía que ir a Montevideo y allá me fui. Después apareció Joselo en mi vida, un muchacho del campo del departamento de Colonia, y ahí sí, el vínculo con lo rural fue mucho más grande”.
La vida en el campo
Se radicó en el campo definitivamente cuando se casó en el 2005, con 23 años. En ese momento, “no tenía mucha idea de las actividades del campo. Yo seguía trabajando y estudiando en la ciudad de Carmelo, pero después, con un hijo y un proyecto propio, eso fue difícil y me quedé trabajando en casa, mano a mano con mi esposo. De ahí en más y hasta el día de hoy, todo es aprendizaje”.
Nos cuenta que los primeros años tenían ganado a capitalizar, “después, con la venida de MEVIR, unos vecinos amigos y un ingeniero de esa institución nos alentaron a que pusiéramos tambo, aunque ninguno de los dos teníamos conocimiento del rubro (Joselo es hijo de productores agrícolas)”.
El proceso no fue fácil, comenzaron con algunas vacas alquiladas de un vecino que cerró el tambo y seis vaquillonas que les compró otro vecino. “Pero gracias a ese esfuerzo y perseverancia, hoy tenemos nuestro tambo con un rodeo cerrado y hace doce años que remitimos a Conaprole”, comenta orgullosa.
Su esposo es colono propietario de una fracción de 71 hectáreas del INC, donde tienen todo lo que es el tambo (vacas e infraestructura). Además, desde junio del 2020 son arrendatarios de otra fracción del INC, junto con tres familias más de la zona, en el que cada uno tiene la recría de su tambo; “una fracción que realmente nos dio un respiro en cuanto a la carga de animales en nuestro predio y nos está dando un aprendizaje muy grande en cuanto al trabajo en grupo”, agrega.
Sobre la experiencia de pasar de vivir en la ciudad, al campo siendo productora familiar, para Natalia fue y es una opción de vida. Entiende que “como experiencia es muy buena, más allá que hemos pasado por momentos malos, buenos y muy buenos dentro de la producción; pero es muy satisfactorio ver que con lo que vos producís los gurises crecen, les das calidad de vida, y no estoy hablando en cuanto a lo económico, sino a la calidad de vida en cuanto a la vida del día a día”.
La organización del trabajo en el predio
Arrancan temprano cada día; en la globalidad, Joselo se encarga de todo lo referente a la alimentación de las vacas (parcelas, ración, fardos), de las reparaciones del establecimiento y de organizar los lotes de animales. Natalia se encarga de la guachera, de la recría de los animales y del registro. “Eso es lo que hacemos específicamente cada uno, pero el resto de las actividades, como la vacunación, el secado de las vacas del tambo, el traslado de las vaquillonas de casa al otro campo, o viceversa, lo hacemos entre los dos”.
Su hijo Federico este año se fue a estudiar a Colonia del Sacramento durante la semana y regresa a su casa los fines de semana; “cuando él está, nos da una mano muy grande y Belén nos ayuda en lo que puede, acorde a su edad”, comenta Natalia.
En cuanto al trabajo reproductivo, explica que “somos bastante compañeros y tomamos esa tarea entre los dos aunque, he de sincerarme, yo estoy un poco más arriba de los niños, creo que por mi propio carácter o por mi propia forma de ser. En cuanto a la casa, el que llegue primero es el que comienza a hacer las cosas, los dos estamos casi todo el día afuera y los dos somos muy activos en cuanto a la participación, por lo tanto, hay poco tiempo para dedicarle a las tareas domésticas y por eso nos tenemos que ayudar mutuamente”.
La crianza en el medio rural
Consultada sobre qué cosas valora de la crianza de su hijo y de su hija en el campo, manifiesta que valora el aire libre, el salir a jugar al pasto, el ensuciarse con barro, “pequeñas cosas que dan calidad de vida. Muchas veces les cuento que yo vivía en un apartamento y que pasaba todo el día en diversas actividades, pero no tenía pasto, ni aire libre… Valoro los aprendizajes que da la vida de campo, lo que la tierra te da, los valores morales y humanos que en este medio aún están muy presentes, las relaciones entre vecinos que al final terminan siendo familia; todo esto hace que valore el lugar en el que decidimos criar a nuestros hijos”.
Identifica que existen algunas cosas que sería bueno poder cambiar, entiende que existe una gran diferencia en cuanto a las oportunidades: “si un niño, niña, joven, o quien fuera, quiere estudiar lo que quiera, en la ciudad lo tiene a mano, está ahí, a unas pocas cuadras; en cambio, si un niño, niña, joven, o quien fuera, que viva en el campo y quiere estudiar, tiene que trasladarse hasta la ciudad, eso siempre y cuando tenga los recursos necesarios para hacerlo y esto incluye la educación formal. Por ejemplo: a Belén le encanta el ballet y la llevo una vez a la semana a Carmelo para que pueda hacerlo. A Federico le gusta el taekwondo y recién este año, que se fue para Colonia, lo pudo hacer”.
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Natalia junto a su familia.
“La participación en una organización me ha abierto puertas y siento que puede ayudar a que otras personas abran las suyas”.
Su experiencia de participación y su llegada al Sistema de Fomento Rural
Cuando era joven participaba en los grupos de jóvenes de la Parroquia de Dolores, “teníamos encuentros a nivel diocesano y después de grande seguí trabajando en dicho ámbito, lo que me dio cierta experiencia para trabajar en grupos. También a raíz de eso, hice algunos cursos sobre dinámicas de grupos y de animación”.
En la Sociedad de Fomento Rural de Conchillas comenzó a participar en el 2014, a través de su esposo. “El proceso fue un tanto gracioso en su comienzo: cuando lo llamaron a Joselo y a algunos vecinos más para “salvar” la institución, era solo un llamado para hombres. Más o menos al año del ingreso de los socios nuevos, éstos expresaron la necesidad de integrar mujeres a la sociedad de fomento rural, lo que llevó a discusiones entre esa comisión, e incluso alguno se fue por esa decisión. Yo comencé a fines del 2014, junto con tres mujeres más y pasamos a ser las primeras socias mujeres de la Sociedad de Fomento Rural de Conchillas”.
Identifica varios logros desde que la Sociedad de Fomento Rural de Conchillas se reactivó, pero el “mayor logro fue reflotar una institución que tiene 89 años”. Destaca también el rescate de la playa histórica de Puerto Conchillas, que era privada, logrando que volviera al Estado para el disfrute de la comunidad; valora que “hemos tenido muchos logros, porque hasta los pequeños para nosotros son grandes”.
Entiende que la participación en una organización le da conocimiento, le abre puertas y siente que puede ayudar a que otras personas abran las suyas. De su organización de base espera “continuidad, prosperidad, que siga siendo transparente y que siga trabajando por y para la comunidad en general. Me proyecto estando con gente más joven que pueda llevar a cabo ese trabajo”.
La Comisión Nacional de Fomento Rural
Se vinculó más directamente con la Comisión Nacional de Fomento Rural (CNFR), en el año 2019, cuando participó del Encuentro de Colonos del Sistema de Fomento Rural; a partir de ahí, comenzó a participar más en diversas actividades.
Luego pasó a integrar la Comisión Fiscal de CNFR, “de allí en más, todo ha resultado muy bien. Comencé a participar de la Comisión de Mujeres Referentes que, a pesar de la pandemia, no dejó de trabajar. Esta comisión en particular me ha abierto la cabeza, el estar con mis pares de otros departamentos, de otras producciones, de otras realidades, de mayor y de menor escala, ha hecho que vea y conozca otras cosas, y que tenga una mirada desde otra perspectiva”.
A partir de la Asamblea de CNFR realizada en el 2021, pasó a integrar el Consejo Directivo como suplente y ha asumido algunos espacios de representación. Destaca además, que “he hecho cursos con IICA y Coprofam, fui a una gira de intercambio de políticas públicas de la producción familiar en el sur de Brasil, hicimos un curso de dirigentes en la SFR de Conchillas con otras entidades de base. Todo eso hace que el proceso que he tenido y que tengo en CNFR, sea de continua capacitación y aprendizaje.
¡La experiencia es genial! No solo en la sociedad de fomento rural, sino también en CNFR. Me siento muy cómoda y sobre todo útil”.
Reunión de la Comisión de Mujeres Referentes del Sistema de Fomento Rural.
Gira de intercambio al sur de Brasil.
Mensaje para productores y productoras familiares, especialmente para mujeres y jóvenes